miércoles, 25 de septiembre de 2024

 

ECOFEMINISMOS, EL VALOR DE LOS CUERPOS EN LA TIERRA QUE HABITAMOS

Las nuevas sociedades necesitan repuestas adecuadas a los nuevos retos que van surgiendo y los desafíos de la agenda feminista en el siglo XXI deben sumar, a los de lograr una igualdad real, romper las brechas educativa, digital y salarial y la erradicación de todas las formas de violencia contra las mujeres, los relacionados con la lucha a favor del respeto al medio ambiente y contra el cambio climático y preservación de los ecosistemas.

Y es que ofrecer respuestas dignas para la vida, respetar el medio ambiente en el que vivimos, defender la paz como única opción y reconocer la generosidad de la Naturaleza, son cuatro de los elementos que integran una de las corrientes que con más fuerza vive ahora el feminismo. Se trata de aunar los postulados de los movimientos ecologista y feminista para proponer unos nuevos modos de relación que resulten sostenibles y respondan a las exigencias de la justicia social en el mundo actual que logre una transición ecológica justa.

Una justicia social que necesita de la igualdad de oportunidades, de la equidad de género, del respeto al medio ambiente y de la conservación de la vida en el planeta. Estamos dibujando el Ecofeminismo, o, mejor dicho, los ecofeminismos, porque son muchos y diversos, aunque eso sí, se trata de un movimiento que lleva con nosotras cincuenta años y que vio la luz con el libro “Feminismo o la muerte”, de la francesa Francoise D' Eaubounne.

En Estados Unidos las voces de Carol Adams, escritora feminista y animalista y Karen Warren, filósofa interesada en los problemas éticos del ecofeminismo se unieron al movimiento y desde Australia lo hizo Val Plumwood, también filósofa. Como resulta patente, estas primeras ecofeministas de la historia ponían el acento en la reflexión sobre los criterios filosóficos que debían regir en las relaciones de las sociedades con los ecosistemas y el resto de seres vivos de la Tierra, incluido el mundo vegetal, apareciendo las mujeres como las necesarias defensoras y garantes de unos nuevos postulados.

Todos estos planteamientos y la publicación de la obra de D' Eaubonne coinciden en el tiempo con la Segunda Ola del Feminismo, pero su interés se centra en plantear cómo la sobre explotación de los recursos naturales y la desigualdad de las mujeres forman parte de la misma ecuación. El desarrollo de los modos de producción, el saqueo de los recursos de los países del Sur y el consumo infinito de los países del Norte, unido al cambio climático, el racismo, el colonialismo y las guerras, hacen que la vida sea cada vez más vulnerable en el planeta. A partir de estos planteamientos se aboga por la necesidad de una redistribución de recursos que debe lograrse desde la responsabilidad social que consiga caminar hacia un mundo más justo y sostenible.

En Estados Unidos hay autoras, como la filósofa Mary Daly que sostienen que las injusticias sociales y la degradación del medio ambiente están intrínsecamente entrelazadas entre sí y con la necesidad del capitalismo de expoliar los recursos naturales en la carrera sin fin de la codicia y el beneficio máximo.

El movimiento se extendió a Europa, Canadá, Asia, África y los países de América del Sur. Uno de los factores esenciales que aúna la actuación de las mujeres en todas estas zonas geográficas tan diversas es el pacifismo y la no violencia. Los nombres ocupan y han ocupado titulares de los medios de comunicación por su compromiso y activismo político que, en algunos casos como el de Petra Kelly, cofundadora de Los Verdes alemanes, y Berta Cáceres, líder indígena Lenca que defendía los derechos de su pueblo asentado en Honduras y El Salvador, pagaron el compromiso con su vida. Bertha Zúñiga Cáceres, la hija de Berta, asesinada en 2016 por defender su tierra oponiéndose a la construcción de una presa, ha recogido el testigo de su madre y continúa con su lucha, a la vez que sigue reclamando la resolución del femicidio con la confirmación de las siete sentencias ya emitidas.

Especialmente significativo es el caso de Wangari Maathai, líder keniana y primera mujer africana galardonada en 2004 con el Premio Nobel de la Paz “por su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz”. Con métodos no violentos también Vandana Shiva, natural de India, participó, con el movimiento de mujeres Chipko en la defensa de los bosques del Himalaya impidiendo su tala con métodos de resistencia pasiva aplicados por Ghandi. En las acciones directas desarrolladas para la defensa del medio natural también ha participado con el movimiento de mujeres de Plachimada para, con una senda pacífica, lograr una sentencia que judicial que reconoce los derechos comunitarios sobre el agua frente a la actuación invasiva de una empresa multinacional. Para ella el capitalismo patriarcal colonizador es el auténtico enemigo a abatir a través de lo que denomina la “revolución verde” que defiende acabar con los agrotóxicos, la biopiratería y los transgénicos, comercializados e impuestos a países como la India por parte de las poderosas multinacionales.

“Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista” es uno de los grandes lemas del Ecofeminismo de las mujeres del Sur que establece un vínculo indivisible entre el cuerpo y el territorio y que la única manera de tener una vida digna es la defensa de ambos.

En el momento actual, una de las voces que con más fuerza defienden en nuestro país este movimiento es la filósofa argentina residente en España, Alicia Puleo para la que “el objetivo más profundo de la filosofía ecofeminista es una redefinición del ser humano que implica una redefinición de los demás seres vivos para habitar pacíficamente la Tierra”. Ha publicado dos libros relacionados con este movimiento que son “Ecofeminismo para otro mundo posible” y el más reciente, “Claves Ecofeministas. Para rebeldes que aman la Tierra y a los animales”.

Hoy en día es reconocida como una de las voces con mayor autoridad en el Ecofeminsimo. Una de las consideraciones más interesantes que realiza Alicia Puleo es la de plantear la necesidad de la compasión en el mundo actual: “Las ciencias androcentristas han desvinculado la compasión y la empatía de las teorías filosófica y yo creo que es necesario incorporarlo como un valor”. Como ejemplos señala a las primatólogas Jane Goodall y Dian Fossey que, en contra de las indicaciones de sus jefes, establecieron relaciones de amor y compasión con sus sujetos de estudio, los primates y les pusieron nombres.

Para ella la vida buena no debe estar conectada al consumo infinito y señala que “el hilo de Ariadna del Ecofeminismo es el hilo que nos permitirá construir una cultura de paz, no de guerra, de ecojusticia feminista que no se olvide de las mujeres y que permita plantear que la felicidad se encuentra en los placeres sencillos y no en la acumulación infinita de objetos, transformando el principio de la dominación en el principio de la compasión y los cuidados que serán los que rijan nuestras relaciones con el mundo para construir una cultura de la ecojusticia feminista”.

Entre las figuras que destacan en el Ecofeminismo español hay que nombrar a la antropóloga Yayo Herrero que muestra como uno de sus máximos puntos de interés el necesario valor que se debe conceder a los cuidados, absolutamente necesarios para la supervivencia del género humano y del planeta. Otra de las cuestiones fundamentales para Herrero es cuestionar el principio de la producción a partir de una realidad que todas conocemos: “Los tiempos y esfuerzos que se hacen en el espacio del hogar no se cuentan como productividad y eso que las mujeres estamos disponibles veinticuatro horas, trescientos sesenta y cinco días al año. El concepto de producción establecido no está ligado a la vida, sino solo al crecimiento económico, invisibilizando el trabajo de las mujeres y dejando al margen de los derechos las aportaciones domésticas”.

 

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