ECOFEMINISMOS, EL VALOR DE LOS CUERPOS EN LA TIERRA QUE
HABITAMOS
Las nuevas sociedades necesitan
repuestas adecuadas a los nuevos retos que van surgiendo y los desafíos de la
agenda feminista en el siglo XXI deben sumar, a los de lograr una igualdad
real, romper las brechas educativa, digital y salarial y la erradicación de
todas las formas de violencia contra las mujeres, los relacionados con la
lucha a favor del respeto al medio ambiente y contra el cambio climático y
preservación de los ecosistemas.
Y es que ofrecer respuestas
dignas para la vida, respetar el medio ambiente en el que vivimos, defender la
paz como única opción y reconocer la generosidad de la Naturaleza, son cuatro
de los elementos que integran una de las corrientes que con más fuerza vive
ahora el feminismo. Se trata de aunar los postulados de los movimientos
ecologista y feminista para proponer unos nuevos modos de relación que resulten
sostenibles y respondan a las exigencias de la justicia social en el mundo
actual que logre una transición ecológica justa.
Una justicia social que
necesita de la igualdad de oportunidades, de la equidad de género, del respeto
al medio ambiente y de la conservación de la vida en el planeta. Estamos
dibujando el Ecofeminismo, o, mejor dicho, los ecofeminismos, porque son muchos
y diversos, aunque eso sí, se trata de un movimiento que lleva con nosotras
cincuenta años y que vio la luz con el libro “Feminismo o la muerte”, de la
francesa Francoise D' Eaubounne.
En Estados Unidos las voces de Carol
Adams, escritora feminista y animalista y Karen Warren, filósofa
interesada en los problemas éticos del ecofeminismo se unieron al movimiento y
desde Australia lo hizo Val Plumwood, también filósofa. Como resulta
patente, estas primeras ecofeministas de la historia ponían el acento en la
reflexión sobre los criterios filosóficos que debían regir en las relaciones de
las sociedades con los ecosistemas y el resto de seres vivos de la Tierra,
incluido el mundo vegetal, apareciendo las mujeres como las necesarias
defensoras y garantes de unos nuevos postulados.
Todos estos planteamientos y la
publicación de la obra de D' Eaubonne coinciden en el tiempo con la Segunda Ola
del Feminismo, pero su interés se centra en plantear cómo la sobre
explotación de los recursos naturales y la desigualdad de las mujeres forman
parte de la misma ecuación. El desarrollo de los modos de producción, el
saqueo de los recursos de los países del Sur y el consumo infinito de los
países del Norte, unido al cambio climático, el racismo, el colonialismo y las
guerras, hacen que la vida sea cada vez más vulnerable en el planeta. A partir
de estos planteamientos se aboga por la necesidad de una redistribución de
recursos que debe lograrse desde la responsabilidad social que consiga caminar
hacia un mundo más justo y sostenible.
En Estados Unidos hay autoras,
como la filósofa Mary Daly que sostienen que las injusticias sociales y
la degradación del medio ambiente están intrínsecamente entrelazadas entre sí y
con la necesidad del capitalismo de expoliar los recursos naturales en la
carrera sin fin de la codicia y el beneficio máximo.
El movimiento se extendió a
Europa, Canadá, Asia, África y los países de América del Sur. Uno de los
factores esenciales que aúna la actuación de las mujeres en todas estas zonas
geográficas tan diversas es el pacifismo y la no violencia. Los nombres ocupan
y han ocupado titulares de los medios de comunicación por su compromiso y
activismo político que, en algunos casos como el de Petra Kelly, cofundadora de
Los Verdes alemanes, y Berta Cáceres, líder indígena Lenca que defendía los
derechos de su pueblo asentado en Honduras y El Salvador, pagaron el compromiso
con su vida. Bertha Zúñiga Cáceres, la hija de Berta, asesinada en 2016 por
defender su tierra oponiéndose a la construcción de una presa, ha recogido el
testigo de su madre y continúa con su lucha, a la vez que sigue reclamando la
resolución del femicidio con la confirmación de las siete sentencias ya
emitidas.
Especialmente significativo es
el caso de Wangari Maathai, líder keniana y primera mujer africana
galardonada en 2004 con el Premio Nobel de la Paz “por su contribución al
desarrollo sostenible, la democracia y la paz”. Con métodos no violentos
también Vandana Shiva, natural de India, participó, con el movimiento de
mujeres Chipko en la defensa de los bosques del Himalaya impidiendo su tala con
métodos de resistencia pasiva aplicados por Ghandi. En las acciones directas
desarrolladas para la defensa del medio natural también ha participado con el
movimiento de mujeres de Plachimada para, con una senda pacífica, lograr una
sentencia que judicial que reconoce los derechos comunitarios sobre el agua
frente a la actuación invasiva de una empresa multinacional. Para ella el
capitalismo patriarcal colonizador es el auténtico enemigo a abatir a través de
lo que denomina la “revolución verde” que defiende acabar con los agrotóxicos,
la biopiratería y los transgénicos, comercializados e impuestos a países como
la India por parte de las poderosas multinacionales.
“Ni la tierra ni las mujeres
somos territorio de conquista” es uno de los grandes lemas del Ecofeminismo de
las mujeres del Sur que establece un vínculo indivisible entre el
cuerpo y el territorio y que la única manera de tener una vida digna es la
defensa de ambos.
En el momento actual, una de
las voces que con más fuerza defienden en nuestro país este movimiento es la
filósofa argentina residente en España, Alicia Puleo para la que “el
objetivo más profundo de la filosofía ecofeminista es una redefinición del ser
humano que implica una redefinición de los demás seres vivos para habitar
pacíficamente la Tierra”. Ha publicado dos libros relacionados con este
movimiento que son “Ecofeminismo para otro mundo posible” y el más reciente,
“Claves Ecofeministas. Para rebeldes que aman la Tierra y a los animales”.
Hoy en día es reconocida como
una de las voces con mayor autoridad en el Ecofeminsimo. Una de las
consideraciones más interesantes que realiza Alicia Puleo es la de plantear la
necesidad de la compasión en el mundo actual: “Las ciencias androcentristas han
desvinculado la compasión y la empatía de las teorías filosófica y yo creo que
es necesario incorporarlo como un valor”. Como ejemplos señala a las
primatólogas Jane Goodall y Dian Fossey que, en contra de las indicaciones de
sus jefes, establecieron relaciones de amor y compasión con sus sujetos de
estudio, los primates y les pusieron nombres.
Para ella la vida buena no debe
estar conectada al consumo infinito y señala que “el hilo de Ariadna del
Ecofeminismo es el hilo que nos permitirá construir una cultura de paz, no de
guerra, de ecojusticia feminista que no se olvide de las mujeres y que permita
plantear que la felicidad se encuentra en los placeres sencillos y no en la
acumulación infinita de objetos, transformando el principio de la dominación en
el principio de la compasión y los cuidados que serán los que rijan nuestras
relaciones con el mundo para construir una cultura de la ecojusticia
feminista”.
Entre las figuras que destacan
en el Ecofeminismo español hay que nombrar a la antropóloga Yayo Herrero
que muestra como uno de sus máximos puntos de interés el necesario valor que
se debe conceder a los cuidados, absolutamente necesarios para la
supervivencia del género humano y del planeta. Otra de las cuestiones
fundamentales para Herrero es cuestionar el principio de la producción a
partir de una realidad que todas conocemos: “Los tiempos y esfuerzos que se
hacen en el espacio del hogar no se cuentan como productividad y eso que las
mujeres estamos disponibles veinticuatro horas, trescientos sesenta y cinco
días al año. El concepto de producción establecido no está ligado a la vida,
sino solo al crecimiento económico, invisibilizando el trabajo de las mujeres y
dejando al margen de los derechos las aportaciones domésticas”.